La Normalidad ERA el Problema...
Pablo Caballero Moreira
Hoy, una frase común es decir que la epidemia del coronavirus no solo pone a prueba el sistema de salud a nivel mundial, sino que pone a prueba al propio sistema; y que esta crisis genera la expectativa de cómo volver a la normalidad. Se me ocurre pensar en voz alta: “y si no volvemos?” pero no lo digo solo como pregunta, lo hago como un desafío. ¿No será que la anterior “normalidad” era el problema?
Volveré mas tarde sobre esta idea, pero veamos algunas reacciones frente a esta crisis. Los Estados y sus “lideres” han reaccionado de diferentes maneras e incluso han pasado por varias etapas en esa reacción; desde el negacionismo inicial aun sostenido por irresponsables de todas las líneas, desde Ortega a Bolsonaro pasando hasta hace poco tiempo por Boris Jhonson (a quien el virus parece haberle enviado la más irónica prueba de su existencia); a la insistente caza de brujas de Donald Trump quien parece funcionar bajo la lógica de “la culpa siempre es de otro”, o tardías reacciones como la de los gobiernos de España o Italia. También están las excepciones como la empática respuesta del joven presidente de El Salvador; Nayib Bukele.
Ahora bien, quienes han sido los protagonistas de las más hermosas reacciones: los de abajo, los activistas de la sociedad civil organizada.
Desde el 11 de marzo (día en que la Organización Mundial de la Salud declaro la pandemia) y los primeros casos en nuestra región (Uruguay, Brasil y Argentina) pasaron apenas unos pocos días, y allí también la reacción de los gobiernos fue dispar. Desde el irónico negacionismo de Bolsonaro, a la rápida y madura reacción del presidente argentino Fernández pasando por las paulatinas (y en algunos casos insuficientes) medidas del gobierno uruguayo.
En Uruguay a su vez, desde la sociedad civil se ven dos tipos de reacción, en ambos casos positiva. Por un lado las organizaciones sociales más representativas – la Central sindical de los trabajadores, la principal federación de cooperativas de vivienda (modelo icónico de acceso al hábitat de la clase obrera), los estudiantes universitarios e incluso la unión de jubilados y pensionistas crearon rápidamente un ámbito de coordinación y se pusieron a la cabeza de las preocupaciones y angustias de la mayoría de la población, en la llamada coordinación Intersocial. Desde allí elaboraron un conjunto de 11 medidas o propuestas que apuntan a entre otras cosas a proteger a los más de 400 mil trabajadores (hoy muchos de ellos ya desempleados) más vulnerables, a través de una renta básica universal; prorrogar vencimientos y facturas de servicios, evitar desahucios, asegurar la protección sanitaria de las mayorías y combatir la especulación basada en la emergencia sanitaria.
Pero también están las micro reacciones, las casi anónimas; las que se dan en los barrios, en las colonias; en el ámbito territorial más acotado y que se generan desde los grupos de vecinos de forma espontánea y son la prueba más pura de la solidaridad: las llamadas ollas populares que aseguran el alimento diario en los hogares más complicados, el acopio colectivo de provisiones y productos de higiene o limpieza; las compras comunitarias, las salidas colectivas al problema del trabajo, etc.
Y aquí se está gestando (aun en medio de la crisis) una nueva normalidad; una basada en la solidaridad y la empatía, en el apoyo entre iguales dando un mensaje de esperanza posible de concretar. El mensaje de un mundo posible donde verdaderamente nos cuidemos unos a otros y entre todos. Y esta nueva normalidad nace, donde debía nacer: desde abajo, desde los más humildes.
Mientras el sistema busca como reacomodarse sin tocar el gran capital y los privilegios de clase, los de abajo dan muestras de otra normalidad posible, más horizontal y más solidaria.